Desconcertado se acercó a la nueva entrada del túnel, agachó un poco la cabeza para entrar en él y divisó a lo lejos el punto de luz. Atravesó el túnel a prisa. A mitad de éste descubrió un agujero en el intradós que se proyectaba hacia arriba formando un cilindro perfecto que permitía la entrada de luz.
“Debe ser un pozo” pensó. Poco metros más allá el túnel tenía una bifurcación. Sin duda lo mejor sería seguir en línea recta porque al final se divisaba un círculo de luz, en cambio en la ruta de la derecha dominaba la oscuridad total. Lentamente se tocó la herida, le dolía un poco pero todo estaba bien. Se acercó al pozo vertical. Desde lo alto empezó a bajar un murmullo creciente. Nuevamente pensó en Marisa. Le divertía recordar su risa, el cansancio de aquella tarde en la que… Sintió un poco de tristeza y decidió continuar.
“Estoy solo” pensó “solo, solo, solo”.
Al final del túnel había mucha claridad y vegetación y olor a lluvia, a tierra fresca. Se sintió aliviado.
– Al fin – exclamó.
Se apoyó en el borde del canal y subió a un sendero de hierba. Al fondo se divisaba una casa.
Antes de tocar a la puerta lo recordó todo. Sí, Marisa era aquella hermosa mujer que llenó su vida y sus pensamientos y sus temores. La había conocido cuando proyectó aquel túnel para transportar el agua desde la hacienda de Juan Ignacio hasta “El Refugio” de María Dolores. Había diseñado un canal que se convertía en puente (en algunos casos) y en túnel (en otros). Marisa le había ayudado a definir las formas, a programar las actividades, a descubrir que en el fondo de sus ojos ardían relámpagos y gritos y susurros y enormes tempestades. Marisa. La había dejado porque no podía ofrecerle lo que ella quería. Y después el accidente. Durante la construcción del túnel hubo un derrumbe que fue como la conclusión de todo lo que debía decidir y aún no había decidido. Entonces se fue a la montaña. Llevó una planchas de zinc, un par de viejas llantas y un poco de ropa. Se subió en el jeep y se marchó.
“Me fui” piensa fatigado.
A través de la puerta de malla logra divisar a Marisa con una niña en brazos, hermosa y feliz, intensamente feliz. “Yo no lo hubiera logrado” piensa con amargura “y por eso me fui”.
Marisa se recoge el pelo, abraza a la niña y le murmura algo al oído. La niña ríe y él decide regresar a la montaña. Se da la vuelta y empieza a caminar. Una fuerte lluvia lo sacude y él camina lentamente y las lágrimas se mezclan con la lluvia que no cesa y con sus pensamientos y con la tristeza de saber que toda esa búsqueda fue en vano.
“Inútil, como la casa que construí con tanto cuidado” piensa y se aleja en busca del túnel. En el fondo de su tristeza una tímida alegría enciende una llamarada. Ahora el viaje tendrá un sentido.
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