2007 Mayo

Al final del túnel, Marisa (Parte II)

“Es hora de volver a casa” se dijo y abandonó su guarida de ermitaño.

No recordaba cómo había llegado a ese sitio ni por qué. “Es hora de volver a casa” era una frase que no tenía sentido. ¿Cuál casa? No recordaba ni siquiera su nombre. Empezó a caminar colina abajo.

Cuando divisó el portal de entrada del túnel sus ojos se cubrieron de una fina humedad resplandeciente entre los colores de la vegetación. Había caminado cerca de dos horas y ya no sentía dolor en el tobillo, casi podía caminar perfectamente. El túnel era pequeño pero se veía que era posible caminar dentro de él.

“Un metro setenta de alto por ochenta centímetros de ancho” dijo en voz alta dibujando el contorno del túnel con la mirada en un leve movimiento de la cabeza.

El túnel tenía forma de herradura y a través de él se deslizaba un pequeño chorro de agua, cuya altura no llegaría a más de treinta centímetros.

“Lo más acertado sería buscar una rama” pensó. Su cabeza giró treinta, sesenta, noventa grados hacia la izquierda. Solo yerba. Dio un salto y estuvo dentro del túnel. El agua le llegaba hasta las rodillas. Empezó a caminar. Un olor a húmedo se untó en su piel. Tenía que caminar lentamente porque la altura del túnel era variable. Había tramos en los que podía estar perfectamente de pie y otros en los que debía agacharse en extremo. En la oscuridad, con los brazos levantados y las manos deslizándose por la concavidad del túnel se dirigía como un murciélago torpe y cansado. A lo lejos se divisaba un punto de luz. En realidad no debía estar muy lejos la salida pero el avance era lento.

“Dos cientos metros” pensó “incluso doscientos cincuenta”. Poco a poco el punto de luz se fue convirtiendo en un círculo que se expandía en su pupila hasta tomar la forma de herradura del portal de salida del túnel. Se alegró.

“El túnel debe llevarme hacia donde haya gente” pensó. Sin embargo el portal de salida no era aún la salida del túnel. Conforme se acercó se dio cuenta que había caminado en línea recta y que lo que parecía una salida no era una salida sino más bien otra entrada por que en ese punto el túnel doblaba a la derecha con el agua. Decidió inspeccionar esa nueva entrada. Cuando lo hizo tuvo que cerrar un poco los ojos porque la luz lo lastimaba. Desde esa nueva entrada se veía el fondo de la quebrada, la vegetación espesa. Decidió regresar al túnel y continuar. Dobló a la derecha siguiendo el curso del agua en el túnel. Ahora no se veía un solo punto de luz. Se dio cuenta que el túnel doblaba cada vez más hacia la derecha.

“Un arco de circunferencia” pensó. Ahora caminaba más a prisa apenas inclinado para no golpearse la cabeza. Se alegró por la destreza adquirida. A lo lejos divisó un nuevo punto de luz. Se trataba de un tramo recto, decidió caminar más rápido pero tuvo que detenerse porque el túnel se estrechaba transversalmente. Ahora debía agacharse tanto que tuvo que hundir sus manos en el agua y apoyarse en el lodo para caminar como un sabueso, a cuatro patas en busca de la salida. Cansado, decidió detenerse por un instante. Tomó un poco de aire y continuó. Levantó el brazo izquierdo y comprobó que nuevamente el túnel se había ensanchado verticalmente. Entonces se incorporó lentamente. El punto de luz tenía ahora la forma de herradura del portal de salida del túnel y era la salida del túnel.

“Al fin” suspiró.